Reflexiones senoixelfeR

El espejo que refleja nuestro interior

Juzgar, ¿Es bueno o es malo?

Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. Mateo 7:2-5

En mi casa hay tres perros. Ninguno comprado, simplemente fueron apareciendo en nuestras vidas y se quedaron. El más grande de ellos y el primero en entrar en nuestra familia, estaba en la casa que compramos, tenía cuatro años cuando nos mudamos y pesa casi sesenta quilos, es un mastín inglés cuya cabeza es más grande que la mía. La primera vez que llegué a la casa, quedé impresionado con el tamaño del perro y entré con mucha desconfianza y debo confesar que aunque lo baño cuando le corresponde, después de cuatro años con él aun le tengo respeto. Los otros dos perros son mucho más pequeños, uno pesa alrededor de treinta kilos, y el otro no llega a veinticinco. Estos dos son hermanos, y literalmente invadieron la casa cuando tenían como dos meses de nacidos, aprovechando que se hacían trabajos de remodelación en la parte del frente del jardín. Un día, descubrí que mis hijos les estaban dando comida, para ese entonces ya tenían una semana furtivos en el jardín de la casa (supongo que con ayuda interna). Pacté con mis dos hijos, cuidarlos hasta conseguirles un hogar, y entre ponerles nombre, bañarlos, colocarles las vacunas, fue pasando el tiempo y me fui encariñando con los dos bribones. Ahora tienen tres años en la casa. Esos dos perritos, en comparación con el mastín, parecen eternos cachorros.
En ocasiones, hay niños que les temen a los dos perros pequeños, y sus padres les dicen que no deben temerles, aunque ellos no son capaces de acercarse al mastín. Las frases que escucho me han hecho reflexionar, sobre dos cosas: una, es la tendencia que tenemos algunos a establecer juicios de acuerdo a como apreciamos las cosas, como si nuestro criterio fuera “El criterio”, el punto de comparación que determina lo que debe ser y lo que no, en función de experiencias, no de lo vivido en el momento, es decir, conectados con el pasado en lugar de con el presente. Esto es grande, aquello es pequeño, aquel color es bonito, aquella comida es buena, este diseño no sirve, etc. Por otro lado, la tendencia a realizar esos juicios permanentemente. Entonces, vamos por ahí, colocando etiquetas a las situaciones y a las personas, como si fuera nuestra responsabilidad hacerlo, o cual Adán, poniéndoles nombres a las cosas.

Juicio al ambiente y a la naturaleza

El juicio que hacemos algunas veces es tan natural, que no nos damos cuenta que lo estamos haciendo. En oportunidades, escucho comentarios del clima que me llaman la atención, porque la frase asigna características al ambiente que sólo están en nuestra mente, atributos que realmente no puede poseer. Algunos decimos cosas como: “el día está triste”, “la noche está hermosa”, “el mar está bravo”, “la brisa está fuerte”, “qué hermosas las rosas”, “los pájaros están alegres”, «aquel animal es hermoso», “El día esta pesado”, por mencionar algunos ejemplos. Es como si en el percibir estuviera implícito el etiquetar o juzgar, incluso, colocarle nombre a las cosas, es también una manera de juzgarlas. Por ejemplo, «mira aquel pájaro», y el otro responde, «ah, si, es un carpintero». Ya lo definió, en su mente ya no hace falta mirarlo con conciencia (realmente), porque en su base de datos tiene sus características y eso le basta, puede continuar.

La mecánica

El primer juicio que hacemos, es si lo percibido es conocido o no. Si es conocido, le estampamos el nombre, y decimos cosas como: “Oh, mira, es un azulejo”, o tal vez, “ese es un limonero”. Como si el nombrar lo percibido fuera un requisito para su existencia. Si es desconocido, entonces buscamos a qué se le parece, o por lo menos lo tildamos de “bicho raro”. Algunos maestros espirituales recomiendan que evitemos las etiquetas ya que es una manera de entrenarnos en la percepción del momento presente, incluso recomiendan evitar nombrar mentalmente lo que vemos y quedarnos con la percepción pura. Ellos sugieren que si por ejemplo vemos algo, no busquemos en la mente el nombre conceptual del objeto observado, porque esto distorsiona la observación. Observar el entorno sin etiquetar ni juzgar es un ejercicio interesante que podemos hacer varias veces al día para irnos entrenando en el arte de no juzgar. Al cabo de unos minutos de hacerlo, vamos a notar que nos sentimos mucho más tranquilos y relajados, y vamos a descubrir un mundo nuevo a nuestro alrededor, incluso, vamos a descubrir que realmente teníamos tiempo que no mirábamos nuestra casa, o a nuestra pareja, que no escuchábamos o no sentíamos, porque estábamos muy ocupados etiquetando, juzgando y clasificando.

Cómo surgió el hábito de etiquetar

Cuando estamos aprendiendo a hablar, nuestros padres se empeñan en enseñarnos toda clase de palabras, un gran porcentaje de sustantivos y adjetivos, que luego usamos para etiquetar.  Por demás está decir que es un proceso necesario para que podamos desenvolvernos en este plano físico, pero de tanto hacerlo y de tantas recompensas que recibimos cuando lo hacemos bien, nos convertimos en expertos etiquetadores. Recuerden u observen las alabanzas, las risas y las demostraciones de aprobación que reciben los niños desde muy pequeños ante sus primeras manifestaciones lingüísticas. Para colmo, los adjetivos suelen ser enseñados con su correspondiente opuesto, sumergiéndonos profundamente en un mundo de dicotomía y polaridad. Insisto en que aprender el lenguaje es un proceso necesario, pero que tiene consecuencias que debemos asumir con responsabilidad. Una de ellas, es la tendencia posterior a dividir al universo en dos bandos, en polaridades, porque nos enseñaron en términos de “opuestos” tales como “feo y bonito”, “bueno y malo”, “triste y feliz”, y mucho antes de esto, no enseñan a decidir si algo nos gusta o no, y esto lo mantenemos por el resto de la vida. Es por ello que coloqué, a modo de sarcasmo, el título de esta reflexión, como una pregunta que sólo acepta una de dos respuestas, y es que algunas veces el hábito está tan arraigado, que incluso ya de adultos escuchamos a personas decir con frecuencia frases como “¿Es bueno o es malo?”.  En esta dicotomía, como mecanismo de reconocimiento, se pierde la escala de grises o de colores de la vida, se pierde sensibilidad, y en cada juicio, surge una condena que nos impide percibir conscientemente la riqueza del momento presente.

Las etiquetas perduran en el tiempo

Así, una comida puede ser simplemente buena o mala, sólo porque una vez la probamos y no nos agradó. Una persona puede ser, magnifica o idiota, sólo porque una vez nos lo pareció, y es que otro fenómeno que suele estar asociado al juicio, es que tiende a perdurar en el tiempo (en nuestra mente). De esta manera, tenemos “buenos  amigos”, “sitios recomendables para comer”, “música que no soportamos”, «música que amamos», “gente que no toleramos”, “sitios que nos fascinan”. Es decir, surge una generalización que trasciende lo temporal y nuevamente anula la percepción del aquí y ahora. Estas generalizaciones parecieran no tener grandes consecuencias, pero lo cierto es que si la tienen, y una de las consecuencias más terribles de mantener este hábito, es que nos alienamos y en lugar de relacionarnos con la vida, nos aislamos y nos sumimos cada vez más y más en un sueño ilusorio al que erróneamente llamamos vida y que sólo existe en nuestro interior. Esta ilusión además, nos lleva al caos, a las divisiones y hasta a las guerras.

Nos convertimos en lo que juzgamos

La cosa se agrava cuando las etiquetas son limitantes o destructivas. Por ejemplo, cuando miramos a alguien que en determinado momento se comporta de una manera que nos desagrada, podemos hacer dos cosas: seguir adelante con la corriente de vida, o quedarnos con lo sucedido y darle vueltas en la mente (nadar contra corriente). En el segundo caso, que lamentablemente suele ser el más común, terminamos etiquetando la situación y a la persona, seguramente de una manera que lejos de ayudar, perjudica. Aun cuando no lo decimos, cuando lo manetenemos en nuestra mente, causamos daño y nos lo hacemos a nosotros mismos, ya que nos conectamos a nivel mental con la energía que corresponde a la etiqueta que elegimos, o sea, nos sintonizamos con esa vibración que en teoría no deseamos. Imagine que vamos caminando y la persona que va adelante, lanza un papel a la calle, suponga que decimos en nuestra mente: “Dios, que inconsciente, cómo puede ser que lance ese papel con tal desparpajo”. El que lanzó el papel al suelo, de alguna manera recibe nuestro juicio, incluso si no se lo decimos, pero en lugar de cambiar de actitud, lo que hacemos es reforzar el esquema mental que lo produce, profesionalizamos su rol, nuestro juicio lo convierte en un experto, e inconscientemente, esa persona hará lo que deba hacer para representar su papel una y otra vez y con mayor eficiencia. Al mismo tiempo, nosotros al indignarnos creamos un sentimiento limitante que nos hará sintonizarnos con más situaciones indignantes, creándose un ciclo vicioso que se retroalimenta: Observamos, nos indignamos, juzgamos, acentuamos el problema, nos conseguimos más situaciones similares, nos indignamos, juzgamos, acentuamos el problema, encontramos nuevas situaciones indignantes, y así sucesivamente reactivamos el ciclo una y otra vez y cada vez con más fuerza.

Qué hacer entonces

Por un lado, evitar en lo posible ponerle etiquetas a las cosas, sirvió para cuando estábamos pequeños, y sirve aún para determinadas situaciones, pero no es útil hacerlo en todo momento, por el contrario, debemos practicar y aprender a hacerlo sólo cuando se requiere. Por ejemplo, si vemos un árbol apreciémoslo sin necesidad de darle nombre o decir si es hermoso, delgado, o lo que sea, esto incluye decirlo en nuestra mente. Si vemos a una persona, apreciémosla en ese momento, sin buscar en los archivos de los recuerdos, si es o no es esto o aquello. Tal vez esto nos parezca “raro” al principio o tal vez incómodo, pero es cuestión de práctica, mientras más lo hagamos, más fácil se nos hará.

También, cuando nos consigamos con una situación o persona con las que no estamos de acuerdo, evitemos pensar en las razones por las cuales consideramos indignante, humillantes, o molesta la situación. Observemos que surje el sentimiento en nosotros pero no busquemos argumentos para sostenerlo. Si así lo hacemos, la emoción surgirá, y nosotros seremos testigos de ella, más no la convertiremos en un sentimiento si no argumentamos al respecto. En lugar de argumentar, sea con palabras o con pensamientos, podemos bendecir el bien en esa situación, desear genuinamente que sea mejor, pedir que surja luz e inteligencia en ella. Esto, no sólo evita que pensemos en los argumentos que sostienen el sentimiento limitante, sino que nos convierte en agentes de paz, en seres proactivos que usan su libre albedrío para hacer algo en lugar de simplemente quejarnos.

Los perros

Después de reflexionar al respecto, pude comprender porqué algunas personas decidían no temerle a los perros “pequeños” de mi casa.  Asumían que por ser significativamente de menor tamaño que el mastín, eran inofensivos y juzgaban (inconscientemente), que si eran inofensivos para ellos, no representaban peligro para sus hijos. Lo que ellos no tenían en cuenta, era que en términos de proporciones, para sus hijos los perros “pequeños” eran del tamaño de un mastín y el mastín era un monstruo. Por otro lado, han venido a mi casa adultos que le temen también a los dos perritos pequeños, y esto también es comprensible, aunque no fue siempre así para mi. Hoy día comprendo, que yo no veo amenaza en ellos porque los he tenido desde que eran cachorros, pero si hago a un lado mi experiencia con esos dos perritos, dejarían de ser inofensivos. También han venido de visita  niños que no le temen a ninguno, ni a los dos «pequeños» ni al «grande», y sus padres se angustian al ver que los acarician. ¿Me pregunto que sucedería, si encontrara un perro del tamaño de un caballo o de un elefante? Apostaría a que ya el mastín no sería tan amenazador y quienes le temían, fijarían su atención en la otra “amenaza”.

Lo que hizo el maestro

3 Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola en medio del grupo 4 le dijeron a Jesús:

—Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. 5 En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices?

6 Con esta pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo. 7 Y como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo:

—Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

Juan, capítulo 8:3-7

Lornis Hervilla © 2012

Un comentario el “Juzgar, ¿Es bueno o es malo?

  1. Lorena Reyna
    16 de septiembre de 2012

    Exelente reflexión!! para aquellos que nos encanta etiquetar situaciones y personas –

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Información

Esta entrada fue publicada en 15 de septiembre de 2012 por en consciencia, Pareja, PNL, Relaciones, sabiduría, sabio y etiquetada con , , , , , , , , , .
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